• 24 Jan 2019

Marchando una de “brecha” en la Baja

¡Saludos desde la B.C.S. (Baja California Sur)! Aprovechando que en este rincón de México no siempre tenemos conexión a internet o tan siquiera cobertura telefónica, hoy nos tomamos un día de descanso para organizar un poco la ruta y volver a publicar otra entrada en el blog. Así os mantenemos al corriente de nuestras andanzas.

El 15 de enero conseguimos llegar a Puertecitos, tras más de 90 km de lo que se podría describir como hazaña. Salimos un poco tarde –a las 10 h– de La Palapa y ya la cosa empezó a torcerse en el momento en el que la ruta por la que íbamos simplemente desapareció. Seguimos lo que parecía una calle paralela hasta que ya no pudimos avanzar más y, pese estar a escasos metros de la carretera 5, tuvimos que dar media vuelta hasta encontrar una calle que nos llevara a la salida de San Felipe.

Los primeros 25 km transcurrieron sobre un pavimento que tanto científicos de la NASA como los expertos del mundo del asfalto calificarían como “hecho puré”. Baches por doquier, asfalto resquebrajado, zonas de terracería –como llaman aquí a los caminos sin asfaltar–, etc. Nada que no supiéramos ya, puesto que Sandra nos había puesto sobre aviso del estado de la carretera. Lo que no nos esperábamos fueron los 20 km siguientes, en los que el asfalto mejoró considerablemente, sin que pareciera que nadie hubiera reasfaltado la ruta recientemente –como nos había pasado días antes. Sea como fuere, ese tramo nos dio ánimos, al menos hasta que FU.LA.NA. se topó con el enésimo trozo de metal procedente de un neumático de coche y volvió a pinchar.

En ese tramo, el pavimento había vuelto a empeorar y, para cuando el pinchazo estuvo arreglado, ya dábamos por hecho que acabaríamos rodando prácticamente de noche. Sin embargo, llegó un punto en el que nos acordamos de lo que nos había dicho un empleado de La Palapa al enterarse de la dirección en la que nos dirigíamos. Nos dijo que anduviéramos con cuidado, pues un ciclón –el huracán “Rosa”– había estropeado la carretera y la estaban reparando. El huracán no estropeó la carretera: ¡se la llevó por completo! Los últimos 16 km fueron una auténtica tortura: la carretera estaba totalmente levantada. No quedaba ya nada de asfalto y era una superficie de tierra llena de rocas que sobresalían, baches y las “ondulaciones” típicas que provocan los vehículos a motor que aceleran demasiado o circulan a una velocidad elevada, provocando así el desgaste del terreno.

A una velocidad media de 8 km/h, la noche cayó con nosotros en medio de la ruta; aunque no paramos de pedalear hasta llegar a Puertecitos. Sin saber con qué nos encontraríamos al llegar ni si tendríamos mayores dificultades para encontrar el camping de doña Clarita –la hermana de doña Josefina, propietaria de La Palapa–, el conductor de un coche nos avisó que él se dirigía a Octavio’s Camp, donde trabajaba. El hombre se ofreció a indicarnos el camino –pues eran casi las 7 h de una noche ya más que cerrada–, y nos confirmó que había sitio para acampar y hasta duchas. Y así fue como, gracias a don Manuel, esa noche pudimos plantar la tienda debajo de una palapa y ducharnos con agua caliente.

A la mañana siguiente, y pese a la dura aventura del día anterior, amanecimos descansados. Nos los tomamos con calma y, aun así, salimos antes de las 10 h de la mañana. Nos despedimos de don Manuel y cruzamos Puertecitos con la esperanza de al menos poder pasar a saludar a doña Clarita. Muy a nuestro pesar, y aún habiendo encontrado el camping, nos informaron de que ese día estaba en San Felipe. ¡Lo que son las cosas!

A la salida del pueblo, paramos en la tienda que doña Clarita también regenta, nos hicimos con agua y provisiones y volvimos a la carretera 5 –de nuevo sobre asfalto. Por lo visto, desde Puertecitos hacia el sur el huracán no causó tantos destrozos, o la carretera se construyó de otra manera… Con todo, los estragos son completamente visibles y numerosos tramos de carretera su hundieron, dando lugar a imágenes de auténtico espanto.

Por suerte, ya se han habilitado desvíos mediante los que poder seguir circulando, aunque se trata de caminos de tierra en los que nos tocó sudar un poco más de lo esperado. Y, por si eso no fuera suficiente, el tramo previo al desvío para nuestro destino del día transcurrió sobre una carretera alternativa de piedras, a la que se le sumaron unos últimos 600 m todavía más duros. Tuvimos que bajarnos de la bici y sudar la gota gorda empujando a Anacleta y FU.LA.NA. por un camino de arena y gravilla. Las ruedas su hundían de tal manera que había que prácticamente tomar carrerilla a cada paso para avanzar unos ridículos centímetros.

A media tarde llegamos a lo que queda del camping de El Huerfanito. El huracán asoló toda la zona y, aunque las casas todavía siguen en pie, el paisaje invita a pensar en un lugar completamente distinto antes de ser víctima de semejantes fuerzas de la naturaleza. No obstante, no tuvimos problema en poder acampar y hasta pudimos reabastecernos de agua –que previamente filtramos.

A la mañana siguiente, para nuestro asombro y sin tan sólo habérnoslo propuesto, logramos estar listos antes de las 8:30 h. Y menos mal, porque tuvimos que empujar de nuevo las bicis a lo largo de los 600 m de arena y gravilla. A ello le sucedió un tramo de camino de tierra y piedras, hasta que pudimos volver de nuevo a una zona pavimentada de la carretera 5.

El trayecto de ese día fue parecido al del anterior, aunque más largo –entre Puertecitos y El Huerfanito apenas hay 30 km. Tuvimos que salir de la carretera y tomar desvíos en los tramos donde ésta se había hundido, pero disfrutamos de vistas realmente espectaculares. Poco antes de las 13 h llegamos a la Bahía de San Luis Gonzaga. En El Rancho Grande pudimos abastecernos de provisiones, tomar una ducha y plantar la tienda bajo una palapa.

El 18 de enero logramos salir antes de las 10 h de la mañana, previo reabastecimiento de agua. La carretera fue agradable unos pocos kilómetros, hasta que de nuevo volvió a convertirse en un camino de tierra bastante maltrecho, del que ya no saldríamos hasta prácticamente cruzarnos otra vez con la carretera 1. Continuamos por ese tramo de la 5 –que días más tarde supimos que algunos conocen como “LA BRECHA”– hasta que llegamos al desvío de Coco’s Corner.

El camino que lleva a Calamajué no es mucho mejor que lo visto hasta el momento, pero al menos tiene tres vías en buena de parte del trayecto: dos laterales, de arena, por las que suelen circular los vehículos a motor de más de dos ruedas; y una central, con muchas más piedras y bastante más ancha que las laterales. Evidentemente, tuvimos que resignarnos a avanzar por la central, puesto que las ruedas de Anacleta y FU.LA.NA. se hundían en la arena –sí, somos empíricos y tuvimos que intentarlo primero para convencernos de ello.

Y así fue como llegamos a unos de los lugares más emblemáticos de esta zona de Baja California: Coco’s Corner. Por suerte o por desgracia –al parecer el hombre es todo un personaje, con todo lo bueno y malo que eso entraña–, no pudimos conocer a Coco, ya que esos días estaba pasando lo que en España a veces se conoce como “la ITV”. Sin embargo, tuvimos la enorme suerte de conocer a Francisco, un amable y muy interesante joven que estaba a cargo del lugar, a petición de Imelda, su madre –amiga de Coco. Pasamos una muy agradable tarde charlando de mil cosas con Francisco. Luego llegó Imelda y cocinamos un arroz con verduras para los cuatro, que justo coincidió con el pico de visitas del día y confirió al refugio un caótico pero a la vez simpático bullicio. Como ese día hacía mucho viento, Francisco nos invitó a instalarnos en una de las viejas caravanas de Coco, para no tener que plantar la tienda. Así que pasamos una muy buena noche, a resguardo del viento.

A la mañana siguiente, desayunamos con Francisco y, poco después de las 9 h, nos montamos en las bicis y continuamos por el camino hacia Chapala, previo enlace con la carretera 1. Tras un duro tramo por el magullado camino de tierra, nos dimos de bruces con una estampa del todo surrealista, al menos para nosotros y habida cuenta de la cantidad de kilómetros por los tramos de terracería que conforman esta descalabrada “brecha” de Baja California.

Puesto que estábamos a merced del viento y un sol de justicia, no nos entretuvimos a contar la cantidad de grúas, excavadoras y demás maquinaria apilada –no aparcada– de cualquier manera en ese punto. Poco antes de proseguir hacia Chapala, vimos a un operario trabajando con una pequeña excavadora, pero ese fue todo el movimiento que observamos en aquella zona. Ignorantes, no sabemos si la crisis de la gasolina en la que está sumida el país, o cualquier otro entresijo político, ha provocado esta situación. Pero se nos cayó un poco el alma a los pies al ver tamaña cantidad de maquinaria desaprovechada, tras decenas y decenas de kilómetros de “brecha”, y teniendo en cuenta que el huracán Rosa se llevó la carretera a principios de octubre de 2018. Además, justo ese día habíamos cruzado con varios camiones a rebosar de chatarra y escombros.

Para que os podáis hacer a una idea de cómo está el camino, una pareja de americanos que iba en su caravana, una furgoneta grande, camino de Mexicali –esto es, en sentido contrario al nuestro– le preguntó a Pak lo siguiente: “How far does this shit go?” –algo así como “¿Hasta dónde llega esta mierda?”. No llevaban ni 10 km de camino de tierra, así que hacía poco que habían dejado atrás la carretera 1, y en cuanto Pak les explicó un poco lo que les quedaba por delante, dieron media vuelta, para así volver a la 1 y dirigirse hacia San Quintín y Ensenada. Prefirieron dar un rodeo de muchos más kilómetros, pero seguramente iban a tardar lo mismo –o incluso menos– que cruzando “la brecha”.

A día de hoy, el camino de tierra llega a su fin en una recta bastante larga, en la que el pavimento ya está asfaltado, a pocos kilómetros del cruce con la carretera 1. Hicimos un parón en el Rancho Chapala para comer algo y luego el viento nos echó una mano para recorrer más de 60 km en poco más de 2:30 h hasta Punta Prieta. Allí conocimos a Emiliano, un chamaco de unos 12 años –como mucho–, seguido de su hermano pequeño Luis Alfonso, “Poncho”, quienes se acercaron con sus bicicletas a hablar con nosotros.

A las tres preguntas, Emiliano se interesó en saber dónde íbamos a pasar la noche y, en cuanto supo que nuestra idea era acampar por la zona, nos dijo que le siguiéramos, que iba a preguntarle a su abuelo si podíamos plantar la caseta (tienda de campaña) al lado de su casa. En pocos segundos Emiliano nos confirmó que no había problema y así fue como al poco tiempo de llegar a Punta Prieta ya teníamos un lugar donde pasar la noche. Además, también conocimos a Yesenia, la mamá, a Chico y la traviesa gata de la familia.

El 20 de enero nos despedimos de Yesenia, Poncho y Emiliano y seguimos por la carretera 1 hasta Ej. Nuevo Rosarito. Fueron menos de 40 km, pero decidimos parar en ese punto y aprovechar el resto del día para reparar las cremalleras de la tienda, lavar ropa, disfrutar de una ducha caliente y descansar un poco.

Al día siguiente, seguimos hasta el restaurante Ojo de Liebre, entre el Paralelo 28 y la entrada a Guerrero Negro. Hacía unos días habíamos visto que Pascale y Johnny, la pareja de canadienses que conocimos en Astoria, habían añadido un comentario al ya existente punto en iOverlander. Confirmaban la “mecánica” del restaurante, explicada en comentarios precedentes: Rocío y Antonio permiten acampar, siempre que uno cene o desayune (o ambas) en el restaurante.

Por desgracia, el restaurante estaba cerrado, pero en seguida Rocío apareció para confirmar que podíamos acampar donde quisiéramos y que a la mañana siguiente el restaurante abriría a las 8:30 h. Le agradecimos encarecidamente que nos dejara plantar la tienda en un punto a resguardo del fuerte viento que soplaba esa tarde, y Rocío nos enseñó los baños (¡y l ducha!), además de invitarnos a usar la cocina del restaurante para preparar la cena. Llegados a ese punto, ya no nos quedaban palabras de agradecimiento.

Al poco rato de habernos instalado, llegaron Dorota y Stan, una pareja de polacos afincados en el valle de Kootenay, en Canadá, desde hacía más de 40 años. Como buenos canadienses, de adopción, hacía varios años que se desplazaban en su vehículo y su flamante remolque-caravana –¡se monta en menos de un minuto!– hasta Baja California. Llevaban desde finales de 2018 por Baja, dos meses de los cuales en Playa El Coyote, al sur de Mulegé. Cocinamos nuestros platillos y cenamos juntos en el restaurante, con toda tranquilidad, mientras nos contábamos nuestras historias, además de confirmarnos que habíamos cambiado de huso horario: “perdimos” una hora, pero ganamos horas de sol. A partir de ahora, el sol saldrá pasadas las 7 h, pero anocheceremos más tarde de las 18 h.

Tras una noche de fuerte viento, y con la serenata de uno de los gatos –en celo el pobre animal– de fondo, la mañana empezó tranquila. Recogimos todo, “alforjamos” las bicis y, poco antes de las 8:30 h, Rocío, Yara y Antonio aparecieron para abrir el restaurante. Junto con Dorota y Stan, nos pusimos las botas, nos echamos unas risas, y nos hicimos un par de fotos antes de que cada uno prosiguiera su camino.

Dorota y Stan siguieron hacia San Quintín. Nosotros íbamos a continuar hacia San Ignacio, pero Rocío nos tentó con una ruta alternativa, pasando por pueblecitos de pescadores. Así que, gracias a nuestros huéspedes, volvimos a cambiar nuestra ruta inicial: una vez en El Vizcaíno, en vez de seguir hacia San Ignacio, cambiaremos nuestro rumbo para bajar a Bahía Asunción, donde gracias a Rocío tenemos una persona de contacto para conocer mejor la ruta y hasta poder gozar de alojamiento o un lugar en el que plantar la tienda.

Ayer seguimos por la carretera 1 hasta Colonia Laguneros, donde paramos para comer. Un ranchero nos invitó a instalarnos a la sombra al lado de su huerto y hasta nos ofreció un banco e improvisó una mesa. Con el buche ya lleno, completamos los 85 km de ruta del día hasta la primera gran población el Valle de Vizcaíno –en nuestros mapas El Marasal o Villa Alberto Andrés Alvarado Arámburo– y nos instalamos en el Hotel-Camping Kadekaman, donde pudimos pasar la noche y disfrutar de las instalaciones a un precio muy asequible.

Tras una semana en la que hemos aumentado la media de kilómetros diaria en 10 km, esta mañana hemos decidido darnos un día de descanso. Además, el fuerte viento ha hecho de nuevo acto de presencia, así que podemos volver a hacer colada y se nos secará en un periquete. Y, por si fuera poco, la conexión a internet es de lo mejor que hemos visto esta última semana, ¡así que hoy toca también nueva entrada y planificar un poco la ruta!

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